Desperté con un buen día de lluvia ante mis ojos, idóneo para estrenar este blog. Ahora, con un colaco calentito a mi lado y una mantita polar envolviéndome el cuerpo, no puedo dejar de mirar los cristales. Las gotas golpean delicadamente todas las ventanas, como buscando refugio aqui dentro, bajo mi manta, ávidas de algo de calor, para poder evaporarse y volver a ser del viento. Como yo quisiera serlo. Salir ahí afuera y calarme hasta los huesos, saltar en todos los charcos y sentir el frescor de la lluvia en la cara, y escuchar de repente su voz, con tono enojado, corriendo detrás de esa niña que fuí, obligándome a aceptar su protección, a agarrarme fuerte de su mano y ver como tirita de frío mientras me pone su abrigo. Y llegar a casa, sentarme frente a la chimenea y ver, con un colacao humeante entre mis manos, como se seca mi ropa, como si fuera el mayor espectaculo que pudiera contemplar. Y así, feliz, con las mejillas ardientes, sonrosadas, quedarme dormida en sus piernas, mientras me acaricia el pelo.
Pero estoy aquí, a 100km de su corazón, recordando tras una ventana aquellas tardes en las que una gota de agua era capaz de hacerme feliz. Sonriendo por saber que mi vida fue dulce, aunque ahora tenga un sabor ácido que cueste digerir. Y, aunque esté lejos de esos brazos protectores, se que este sabor ácido lleva escondidas mil aventuras que me encantarán, y que estoy dispuesta a emprender. Aquí, en Sevilla, con su color especial, con su lluvia... Y sin Ella. Comenzó el reto.
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